Apuntes de lectura #2: La poesía no tiene una ley única

Campo minado es la poesía / De máxima tensión.

Estos dos versos de “Pensando en la poesía” de la gran poeta tucumana Inés Aráoz sintetizan una idea poderosa sobre la poesía, que al mismo tiempo se materializa en los propios versos. El efecto poético es contundente porque rompe con el sentido común que solemos tener sobre la poesía.

Orden doméstico, de Sylvina Bach, también es un campo minado de máxima tensión, incluso si a primera vista sus poemas evocan imágenes y temas amables: el hogar, la maternidad, los afectos, la luz, lo cotidiano. Sin embargo, la presencia de la palabra “orden”, con su connotación de disciplina y severidad, choca con lo doméstico y genera un efecto disruptivo.

“¿Dónde estabas, hijo

mientras yo tenía esta pesadilla?”

Para apreciar en todo su esplendor la tensión que atraviesa los poemas de Sylvina, es importante entender por qué la lectura de poesía puede ser a veces tan fácil y otras tan desafiante. A diferencia de la narrativa, que suele estructurarse según una ley fundamental —el arco narrativo—, la poesía carece de una forma única que ordene su lectura. La narrativa, ya sea un cuento o una novela, sigue una dinámica de introducción, nudo y desenlace; narra un cambio o la posibilidad de un cambio a través del conflicto entre fuerzas contrapuestas. Esa ley es absoluta: el lector siempre la encuentra, ya sea por adhesión o por oposición.

La poesía, en cambio, se despliega en una diversidad tan vasta que cada poema parece regirse por su propia ley. Hay poemas que se estructuran en torno a ideas, otros que giran sobre emociones, personajes, imágenes sensoriales o juegos lingüísticos. Hay poesía narrativa, confesional, urbana, objetivista, barroca, y tantas categorías más que resulta imposible agotarlas. Esta diversidad le otorga al lector una gran libertad, lo que puede ser una experiencia reveladora cuando el poema es directo. Pero cuando un poema tiene una inclinación hacia lo críptico o se cierra sobre sí mismo, el lector debe hacer el trabajo de encontrar esa ley que el poeta instauró para darle forma. Esa búsqueda, a veces frustrante, puede dejarnos fuera de una buena experiencia de lectura o inmunes al efecto poético.

Abrirnos al poema, reconocer su ley y dejarnos afectar por lo que propone puede ser un trabajo exigente, pero profundamente hermoso.

Las minas a las que remiten los versos de Inés Aráoz forman parte del territorio de las guerras. Explotan cuando nos descuidamos o cuando intentamos desactivarlas preventivamente. La tensión que se esconde en la poesía puede irrumpir de manera inesperada, pero también es algo que, como lectores, debemos buscar activamente. La profundidad emocional o intelectual de una buena poesía no siempre está a simple vista: muchas veces se oculta tras apariencias cotidianas. Por eso, leer poesía requiere sensibilidad, intuición y una entrega total al poema, una disposición más exigente que la que demanda la narrativa.

En Orden doméstico, los poemas de Sylvina están minados de preguntas que resuenan y persisten: ¿De dónde viene la necesidad de un refugio? ¿Cómo enfrentarse a la vida cuando incluso la bondad y el hogar son efímeros?

“Tomé la luz

con mi mano.  

Cuando la abrí

no quedaba nada.”

La estética de este poemario alterna imágenes luminosas y precisas con silencios cargados de significado. Lejos de caer en grandilocuencias, la voz poética se revela vulnerable y cercana, con una potencia que descansa en su capacidad para resignificar lo simple. ¿Qué sucede cuando la delicadeza de sus versos bordea lo conversacional? ¿Qué tensiones se enmascaran en esa aparente sencillez?

En el exquisito verso “¿Por qué se va la nostalgia cuando hay sol?”, la poeta parece abrirnos a una ambigüedad fundamental: ¿expresa alivio o, por el contrario, un lamento ante la pérdida de la nostalgia? Esa tensión entre lo que se dice y lo que se sugiere es lo que dota a los poemas de Sylvina de una profundidad particular.

Cada poeta trabaja en cada poema con una ley que inventa o que reelabora a partir de otras que ya existen. En su elegancia, en su exquisita sencillez y en la aparente amabilidad de sus versos luminosos, Sylvina ha guardado una tensión poderosa que está lista para estallar al menor descuido.

Un hombre decide dar forma

a los bordes del vacío.

Busca entonces una casa.

(...)

La casa lo envuelve en la tibieza de las tardes

mientras él traza sus caminos por el mundo

y sueña el futuro,

la música,

el agua.